jueves, 21 de octubre de 2010

El Pino de Gonzaliano

En un lugar del Cabezo, uno de los de mayor altura de los que rodean el alto valle donde se ubica Aracena, aproximadamente donde hoy día se eleva la antena con el repetidor de teléfonos, no hace mucho, 70 años, existía un magnífico ejemplar de pino piñonero, que “por su porte y emplazamiento se divisaba a muchas leguas de su contorno, sirviendo de guía a sus naturales”. Era conocido y reconocido como el Pino de Gonzaliano. Pino al parecer célebre por su envergadura y popular por su papel de guía para todos los que iban y venían. Y parece ser, según el poema, que frecuentado también por los paisanos en sus paseos y devaneos. Desapareció por un terrible huracán el 15 de Febrero de 1941.

Seis años más tarde, en 1947, Fernando Labrador Calonge, un ilustre poeta aracenés de la primera mitad del siglo XX lo ensalzó en un poema que incluía en su libro “Altas Cumbres”. El poema estaba dedicado a Víctor González Tello, otro paisano que durante esa época desempeñó labores administrativas en el Ayuntamiento, y por el que a través de su obra inédita “Apuntes de Aracena y su Distrito”, hemos tenido noticia del tan afamado pino.

ELEGÍA DEL PINO GONZALIANO
A Víctor González Tello.

El viento ha cercenado aquel hermoso,
añoso pino, verde y solitario;
faro amable que fue de los caminos
agrestes pedregosos y serranos;
aquel pino de formas gigantescas,
oteador de geórgicos trabajos,
vigía y Polifemo de los surcos,
señor de las colinas y los prados.

Aquel pino que ha sido, en tantas horas,
albergue incomparable de los pájaros,
aquel pino, mi amigo, a cuyo sombra
devané los ensueños de mis años
y él, constante, le daba a mis heridas
la gracia salutífera del bálsamo.

Ya no verás jamás ¡oh pino mío!,
cómo tornan los cándidos rebaños,
después de haber corrido por los montes,
a la mansa quietud de los establos;
ni en las piedras lucir, en el estío,
su enjoyada corteza los lagartos;
ni oirás esos mugidos que las vacas
le dan a los terneros rezagados;
ni verás que Aracena en torno tuyo,
diáfana y serena, sobre el manso
reposo de sus horas, brilla hermosa
dormitando en grácil tálamo blanco.
Ya no será tu espejo el bello pueblo
donde tú te mirabas como un astro.

¡Qué iba yo a conocer la muerte tuya,
no lo hubiese previsto ni soñado
cuando los pinos viven largos siglos
y febles y caducos son mis años!
Cuando tengo la vida amenazada
por mísero banquete de gusanos;
cuando espero el reposo en una tumba,
me quitan el idilio de tus brazos,
el mágico perfume que exhalabas
en las íntimas siestas de verano;
cuando en ti se posaban los jilgueros
que las áuras surcaron sin descanso,
y en la paz nemorosa de las selvas
vertieron los arpegios de sus cantos.

Los grillos llorarán tu vida rota,
poniendo sinsabores en los pastos.
¡Ay, tu hermosa cabeza, pino mío,
en las rachas del viento huracanado!
¿Por qué se han desatado, en daño tuyo,
los furores maléficos del ábrego?

Las rubias margaritas desfallecen
con lánguidas tristezas en los tallos;
suspirando los lirios en los valles,
aumentan el color de su morado.
¿A quién le diré yo mis soliloquios
que ni místicos son ni son profanos?
¿Con quién compartiré las penas mías,
si más pena que yo, tiene ya el campo?

Fernando Labrador Calonge (“Altas Cumbres” Sevilla 1.947).

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