sábado, 30 de octubre de 2010

La morera del colegio


En el patio del Colegio José Nogales de Aracena había una morera. ¿Quién te eligió a ti morera para ese lugar? La morera, como todas las moreras daba moras. Y el suelo se manchaba, y los niños, y los pies de todos los que pasaban bajo su copa.
Es importantísimo poner especies de árboles que no vayan a provocar molestias en el futuro. El patio cementado de un colegio, justo en el lugar de entrada a las aulas y oficinas, no es lugar adecuado para plantar una morera.
Finalmente casi siempre los que más pierden son los propios árboles.


D. Martínez

Almeces en Aracena

Uno de los árboles más grandes del casco urbano de Aracena es un almez. Se encuentra en la calle Cuesta del Olivo, en el corral de una casa de la calle La Esperanza. Es enorme, precioso, íntegro, auténtico y raro. Producto de la dispersión de sus semillas, en el antiguo solar de lo que fue la fábrica de corcho de Carrión, hoy ya urbanizada curiosamente con calles con nombres de árboles, existían algunos pies de varios diámetros no superiores a los 20 cm de diámetro normal, es decir, a 1’30m que es la altura a la que se suelen medir los diámetros de los árboles. Estos hijos del coloso fueron siendo eliminados a medida que se construían los solares. Hoy por allí que sepamos no ha quedado más que el “gran padre”.

Pero, mira por dónde, ¡he aquí una sorpresa!, existe una población aún mayor en otro lugar: en los jardines del antiguo Sanatorio. Y cuando decimos población nos referimos a la presencia de individuos de distintas edades, distribuidos por una amplia zona, y con aparente vitalidad y facilidad de reproducción. Todo ello en un entorno de jardín en continuo abandono custodiado desde hace decenas de años. Probablemente este abandono de los cuidados de la mano del hombre haya propiciado que especies con potencial para persistir, bien por ser propias del terreno ó bien por su facilidad de aclimatación, hayan conseguido propagarse con mayor facilidad a expensas de especies más débiles ó exigentes ante las mismas condiciones de habitabilidad.

Como ejemplo de especie oportunista tenemos al ailanto, extendidísimo en varias zonas del jardín; donde por su espesura llega a comprometer la vida de ejemplares de otras especies.
Como especie propia del terreno yo pondría al Almez, pues el lugar de este jardín en la falda suroeste del Cerro del Castillo (que más bien se debería llamar Cerro de La Gruta) reúne gran parte de las necesidades de estación que esta especie vegetal necesita para vivir con holgura; y leo directamente del libro “Árboles y arbustos de la Península Ibérica e Islas Baleares” de Galán, Gamarra y García, en Ediciones Jaguar, :
“Natural del S. de Europa, O. de Asia y N. de África. Esta especie está distribuída por casi toda la península, pero es más abundante en Aragón, Extremadura, La Mancha y Andalucía. Su carácter nativo fue cuestionado en el pasado por lo que la mayoría aparecen en las proximidades de construcciones rurales o en antiguos cultivos abandonados.
Especie exigente en agua, se encuentra junto a manantiales, roquedos con abundancia de agua edáfica, pies de ladera y de cantil con la capa freática próxima, ambientes marginales en ribera u otras situaciones en que la sequía estival es mínima. Puede desarrollarse sobre cualquier tipo de sustrato, pero crece mejor en los sueltos, arenosos y profundos. Es poco resistente a los fríos intensos invernales y tolera mal las heladas tardías.”

Hace unos años, antes de que se acondicionaran los márgenes de la carretera que limita por su base al Jardín y al Edificio otrora Hotel, Sanatorio o Residencia, y se convirtieran en ancha acera, los almeces crecían al pie del edificio, en las cunetas de la carretera e incluso en las grietas de la pared de piedras que soportan al edificio. Pero fueron sacrificados por quienes les desconocían para dar una imagen más aseada al entorno, y lo que es peor, fueron sustituidos ignominiosamente por una plantación lineal de Soforas (Sofora japónica) contra las que ninguna otra cosa tenemos, y que por cierto progresan en conjunto con una más que aceptable evolución en sus portes.
Si deseáis aventuraros a través de los “jardines del sanatorio” podréis encontraros con varios pies de muy aceptable tamaño (nunca como el gran almez de la Cuesta del Olivo), además de numerosos pies dispersos con escaso porte. Además de compitiendo contra los invasores Ailantos, los encontraremos en asociaciones naturales con otras especies, como por ejemplo con Majuelo (Crataegus monogyna).
Para próximas entregas os prometemos reportajes sobre los almeces en otros lugares de La Sierra: Zufre, Alajar, Rio Frío en Cumbres,…

D. Martínez

jueves, 21 de octubre de 2010

El Pino de Gonzaliano

En un lugar del Cabezo, uno de los de mayor altura de los que rodean el alto valle donde se ubica Aracena, aproximadamente donde hoy día se eleva la antena con el repetidor de teléfonos, no hace mucho, 70 años, existía un magnífico ejemplar de pino piñonero, que “por su porte y emplazamiento se divisaba a muchas leguas de su contorno, sirviendo de guía a sus naturales”. Era conocido y reconocido como el Pino de Gonzaliano. Pino al parecer célebre por su envergadura y popular por su papel de guía para todos los que iban y venían. Y parece ser, según el poema, que frecuentado también por los paisanos en sus paseos y devaneos. Desapareció por un terrible huracán el 15 de Febrero de 1941.

Seis años más tarde, en 1947, Fernando Labrador Calonge, un ilustre poeta aracenés de la primera mitad del siglo XX lo ensalzó en un poema que incluía en su libro “Altas Cumbres”. El poema estaba dedicado a Víctor González Tello, otro paisano que durante esa época desempeñó labores administrativas en el Ayuntamiento, y por el que a través de su obra inédita “Apuntes de Aracena y su Distrito”, hemos tenido noticia del tan afamado pino.

ELEGÍA DEL PINO GONZALIANO
A Víctor González Tello.

El viento ha cercenado aquel hermoso,
añoso pino, verde y solitario;
faro amable que fue de los caminos
agrestes pedregosos y serranos;
aquel pino de formas gigantescas,
oteador de geórgicos trabajos,
vigía y Polifemo de los surcos,
señor de las colinas y los prados.

Aquel pino que ha sido, en tantas horas,
albergue incomparable de los pájaros,
aquel pino, mi amigo, a cuyo sombra
devané los ensueños de mis años
y él, constante, le daba a mis heridas
la gracia salutífera del bálsamo.

Ya no verás jamás ¡oh pino mío!,
cómo tornan los cándidos rebaños,
después de haber corrido por los montes,
a la mansa quietud de los establos;
ni en las piedras lucir, en el estío,
su enjoyada corteza los lagartos;
ni oirás esos mugidos que las vacas
le dan a los terneros rezagados;
ni verás que Aracena en torno tuyo,
diáfana y serena, sobre el manso
reposo de sus horas, brilla hermosa
dormitando en grácil tálamo blanco.
Ya no será tu espejo el bello pueblo
donde tú te mirabas como un astro.

¡Qué iba yo a conocer la muerte tuya,
no lo hubiese previsto ni soñado
cuando los pinos viven largos siglos
y febles y caducos son mis años!
Cuando tengo la vida amenazada
por mísero banquete de gusanos;
cuando espero el reposo en una tumba,
me quitan el idilio de tus brazos,
el mágico perfume que exhalabas
en las íntimas siestas de verano;
cuando en ti se posaban los jilgueros
que las áuras surcaron sin descanso,
y en la paz nemorosa de las selvas
vertieron los arpegios de sus cantos.

Los grillos llorarán tu vida rota,
poniendo sinsabores en los pastos.
¡Ay, tu hermosa cabeza, pino mío,
en las rachas del viento huracanado!
¿Por qué se han desatado, en daño tuyo,
los furores maléficos del ábrego?

Las rubias margaritas desfallecen
con lánguidas tristezas en los tallos;
suspirando los lirios en los valles,
aumentan el color de su morado.
¿A quién le diré yo mis soliloquios
que ni místicos son ni son profanos?
¿Con quién compartiré las penas mías,
si más pena que yo, tiene ya el campo?

Fernando Labrador Calonge (“Altas Cumbres” Sevilla 1.947).

Topónimos

En la Sierra abundan los pueblos con nombres de árboles: Higuera de la Sierra, Puerto Moral, Castañuelo, El Quejigo, Castaño del Robledo, Encinasola... El origen o la causa de muchos topónimos es un auténtico misterio. Otros, sin embargo, parecen más fáciles de explicar. En muchos casos, lo natural es pensar que el topónimo simplemente hacía referencia a un elemento destacado del paisaje (el valle verde, el monasterio, la fuente de agua fría...). Según esto, en los lugares donde surgieron algunos pueblos el elemento más destacado del paisaje debía ser un árbol. También es lógico pensar que la mayoría de los topónimos no surgieron de un día para otro, sino que se popularizaron y se transmitieron de generación en generación antes de implantarse definitivamente. Un árbol convertido en referencia principal de un lugar durante tanto tiempo debía ser un árbol verdaderamente destacado sobre todos los demás, probablemente el más grande y el más viejo... ¿Cómo sería aquel castaño en medio de un robledo que dio nombre al pueblo? ¿Cómo de importantes serían en otro tiempo aquella higuera o aquella encina para que su recuerdo haya llegado hasta hoy en forma de topónimo?
En cualquier caso, todo eso pasó a la historia, los árboles se perdieron y aunque los nombres permanecen ya no significan nada. Ni siquiera en ninguno de estos pueblos se le ha ocurrido a nadie volver a plantar, como homenaje, en un lugar destacado, un ejemplar del árbol al que deben su nombre.